La Patagonia rebelde



En Santa Cruz, los trabajadores de las estancias y los frigoríficos protagonizan una huelga. El detonante son los despidos, provocados por la crisis lanera mundial, pero los reclamos revelan problemas más profundos: pago en vales o mercancías, hacinamiento en las viviendas, arbitrariedad de patronos, ausencia de autoridad pública. La huelga trae desmanes: ataques a estancias, cobos, secuestros. Actúan militantes anarquistas y “maximalistas”, lo que aumenta el pánico de los propietarios.


El presidente Yrigoyen envía tropas, al mando de Héctor B. Varela, un militar sensible a los problemas de los trabajadores, que propone un laudo contemplando la mayoría de sus demandas. La solución escandaliza a los grandes propietarios, a las empresas extranjeras vinculadas con ellos y a la Liga Patriótica de Manuel Carlés, que acusa de blandura al gobierno radical. Los propietarios hacen caso omiso del laudo, por lo que se reanuda la huelga y reaparecen los piquetes y los saqueos. Varela vuelve con sus tropas e instrucciones ambiguas: debe poner orden.

Luego de haber exigido una rendición incondicional, opta por una dura represión: por lo menos 400 personas son fusiladas, en una acción que sólo se completó a principios del año siguiente.
“La Patagonia trágica”

Las huelgas de peones ovejeros en la Patagonia ensombrecieron los dos últimos años de la presidencia de Yrigoyen. Estas huelgas respondían a trastornos en la economía; la guerra había bajado el precio internacional de la lana, único producto de la región.

Los territorios del Sur estaban casi al margen del gobierno central, a pesar de lo cual los presidentes Roca en 1899 y Sáenz Peña en 1912 habían visitado la Patagonia. Fue precisamente en la parte más austral, en Santa Cruz, donde se desarrollaron las grandes huelgas de peones ovejeros que afectaron a los estancieros locales y a la poderosa compañía de las familias Menéndez y Braun.

Se reclamaba un sueldo mínimo de 100 pesos, comida en buen estado, dignas condiciones de higiene, velas para alumbrar 


en la noche y que las instrucciones de los botiquines sanitarios estuvieran en español en lugar de inglés.


La huelga de los peones en plena temporada de la esquila, en 1920-1921, recrudeció el temor a la acción de los bolcheviques. A esto se sumó la sospecha de que Chile estaba detrás de los agitadores. Enterado de la crisis y presionado por Gran Bretaña, que estaba preocupada por las difíciles circunstancias de los compatriotas hacendados en Patagonia, el presidente radical Hipólito Yrigoyen envió en enero de 1921 a Santa Cruz a tropas del ejército al mando del teniente coronel Héctor Benigno Varela con la orden de normalizar la situación.

La represión, encomendada por Yrigoyen al teniente coronel Héctor Varela, tuvo lugar en dos etapas. En la primera se llegó a un acuerdo pacifico entre patrones y huelguistas; en la segunda, 1921-1922, los peones ocuparon los establecimientos rurales y tomaron como rehenes a los hacendados o a sus mayordomos.
La represión militar de violencia inaudita estuvo a cargo de dos regimientos de caballería. Varela decretó por su cuenta la ley marcial y fusiló a decenas de huelguistas en las cercanías del lago Argentino y en otros parajes.

Una de las situaciones más sangrientas se vivió en la Estancia La Anita, donde centenares de obreros cayeron abatidos frente a pelotones de fusilamiento. También se produjo un episodio trágico en los campos del establecimiento ganadero Bella Vista. Los cadáveres de los 200 peones que resultaron asesinados allí fueron trasladados a una fosa común en lo que hoy se conoce como el Cañadón de los Muertos, cerca de la localidad de Gobernador Gregores. Entre las 1500 víctimas que aproximadamente dejó el accionar militar en el sur argentino, se encontraban Hugo Soto y Facón Grande.

"Varela comenzó a dar cumplimiento a su bando y una a una fueron recuperadas las estancias. El grueso de los huelguistas, que se había reunido en la estancia La Anita, fue rodeado por las tropas de Varela, quien los intimó a la rendición incondicional. Antonio Soto, secretario de la Federación, y otros dirigentes les advirtieron a sus compañeros que no se rindieran porque serían masacrados.

La asamblea decidió por amplia mayoría entregarse. Soto por primera vez desobedeció la decisión de la mayoría y decidió partir a Chile con un grupo de compañeros. Los trabajadores de La Anita que se entregaron, unos 400, fueron despojados de sus pocos bienes materiales por los "defensores de la propiedad privada". Luego debieron pasar por estrechos corrales donde fueron golpeados, rapados con las máquinas de esquila por la soldadesca y encerrados en los galpones de las estancia.

Allí, sentados espalda contra espalda, cada uno debía sostener una vela encendida para su mejor vigilancia. A la mañana siguiente fueron obligados a formar en dos largas columnas. Varela en persona acompañado de los estancieros y miembros de la Liga Patriótica  identificaban a los delegados de estancia. A los delegados identificados, a los sospechosos, a los no simpáticos o no del todo complacientes, a los que les debían más de tres meses de sueldo, todos ellos cayeron bajo las balas del Regimiento 10 de Caballería comandado por Varela, quien previamente les hizo cavar a cada uno su propia tumba. En total fueron salvajemente fusilados en todo el territorio de Santa Cruz unos 1.500 trabajadores." Fuente Consultada: Diario Clarín Por Felipe Pigna

Ante la gravedad de lo ocurrido, Yrigoyen desautorizó al represor. En 1923, apenas ocurridos estos acontecimientos, Varela era asesinado por un anarquista que deseaba venganza.

Las huelgas y fusilamientos concluyeron, pero las pasiones que dejó atrás el genocidio no quedarían a la deriva. Kurt Gustav Wilckens, un anarquista alemán que había sufrido el fusilamiento de su hermano, iniciaría la cadena de venganzas, un año después de la masacre. Llegó a Buenos Aires para matar a Varela. Lo siguió cerca de su casa en el barrio de Palermo, le arrojo una bomba y luego lo liquidó con algunos balazos. (imag. izq. Wilckens)



Un centinela mató a Wilckens al encañonarlo por la mirilla del calabozo donde la víctima cumplía arresto. Finalmente, la secuencia de revanchas llegó a su fin con el homicidio del centinela por parte de un antiguo huelguista patagónico.

Para el Ejército, Varela era un militar ejemplar, mal recompensado por el gobierno. Para los elementos progresistas del país, la represión era injustificable y desmesurada. Se preguntaban La Vanguardia y Crítica: ¿Le habrá dado Yrigoyen carta blanca al coronel Varela, para finalmente no hacerse responsable de las consecuencias?

Lo cierto es que al finalizar el mandato presidencial, en 1922 se había estrechado el margen de acción del primer gobierno elegido democráticamente por el pueblo. A pesar de esto, el sistema se mantenía con solidez apreciable. Hipólito Yrigoyen, hombre de transición formado como sus contemporáneos en la creencia en el progreso indefinido de la humanidad, debió experimentar no sólo la resistencia al cambio de los factores tradicionales de poder, sino también los primeros indicios de la quiebra del esquema económico que desde 1870 venía asegurando la prosperidad argentina.




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