Las grandes huelgas




 Autor: Felipe Pigna


Una de las primeras huelgas concretadas en el territorio argentino se produjo en 1868. En plena Guerra del Paraguay un grupo de trabajadores de distintos astilleros de la provincia de Corrientes se negó a construir embarcaciones destinadas a las fuerzas de la Triple Alianza argumentando que no contribuirían a la matanza de sus hermanos.

Diez años más tarde, se produjo la primera huelga declarada por un gremio argentino. Los tipógrafos estaban organizados desde 1857 en la Sociedad Tipográfica Bonaerense, la sociedad tenían un carácter más mutualista que sindical y decidieron fundar a fines de 1877 la Unión Tipográfica Bonaerense, que será la que llevará adelante, entre septiembre y octubre de 1878, esta primera medida de fuerza del movimiento obrero organizado.

El origen del conflicto fue la decisión de una imprenta de rebajar los salarios de su personal. La iniciativa fue seguida por otras empresas y los trabajadores reaccionaron convocando a una asamblea de la que participaron más de mil trabajadores que se pronunciaron por la huelga. Dalmacio Vélez Sarsfield, el autor del Código Civil, escribió en El Nacional: "El socialismo usa las huelgas como instrumento de perturbación, pero el socialismo no es una necesidad en América. No se pueden admitir las huelgas porque eso significaría subvertir las reglas del trabajo. Mientras duró el conflicto, los diarios menos importantes dejaron de publicarse y los más grandes, como La Prensa y El Nacional, intentaron contratar tipógrafos en el Uruguay, pero se encontraron con la firme solidaridad de los trabajadores afiliados al gremio de Montevideo que se negaron, pese a los elevados sueldos ofrecidos, a reemplazar a sus compañeros argentinos.

La huelga fue ganada por los obreros y las patronales aceparon volver a los sueldos originales y reducir la jornada laboral a 10 horas en invierno y 12 en verano.

Luego de esa primera experiencia le sucedieron los obreros cigarreros, empleados de comercio, oficiales albañiles, yeseros, carteros, etc. Sus reivindicaciones en esos conflictos fueron comunes: aumento salarial, pagos atrasados, reglamentación de horarios u otras vinculadas a las condiciones de trabajo. Y en esta primera etapa fueron exitosas un 60% de las huelgas y prácticamente no intervino el estado para mediar o limitar el conflicto.

Esto se explica porque la incipiente burguesía industrial no pertenecía a la fracción de la burguesía terrateniente que detentaba el poder. Por ello los industriales fundaron en 1887 la Unión Industrial, para defender sus intereses, y establecieron para ello no reconocer a las organizaciones obreras y solicitaron al poder ejecutivo que no acepte exigencias colectivas de obreros de uno o más talleres.

La década del 80 fue una de las de más alto índice de ingresos de inmigrantes al país. Junto con los trabajadores desocupados y los campesinos desplazados de sus tierras, fueron llegando al puerto de Buenos Aires notables dirigentes del anarquismo y del socialismo que huían de las persecuciones de los diferentes gobiernos europeos. Traían consigo su experiencia sindical y política que compartirían generosamente con los integrantes del incipiente movimiento obrero argentino.

Entre 1880 y 1901 se multiplican las sociedades de resistencias, se fundan numerosos gremios, como el de los panaderos, los carreros, conductores de ferrocarril y cigarreras entre otros. Florece la prensa obrera con sus dos grandes exponentes La Vanguardia, el periódico socialista fundada en 1894 y La Protesta, la voz de los anarquistas que comienza a editarse en 1897, y Juan Bautista Justo funda el Partido Socialista.

Hacia 1899 lo novedoso fue la existencia de un desarrollo fabril creciente, que fue concentrando la mano de obra en grandes talleres y fábricas, facilitando la organización de los trabajadores. El crecimiento de la actividad gremial y de la agitación obrera podían percibirse en la gran cantidad de medidas de fuerza y movilizaciones llevadas adelante por los trabajadores, que comenzaron a pensar en una central sindical que unificara y le diera más fuerza a la lucha de la clase obrera en su conjunto.

La idea se concretó en mayo de 1901 con la creación de la Federación Obrera Argentina, la F.O.A.,. que nucleaba a la mayoría de los gremios del país.

El gobierno del general Roca comenzó a preocuparse y promovió la aprobación de un proyecto de Ley, presentado en 1899 por el senador Miguel Cané. El 22 de noviembre de 1902 fue aprobada la iniciativa del autor de Juvenilia y transformada en la Ley 4144, conocida como "de residencia". Esta norma legal permitía la expulsión hacia sus países de origen de los extranjeros llamados "indeseables", es decir, los militantes sindicales y sociales. El ministro del interior Joaquín V. González declaró que la agitación social en argentina "era producto de un par de docenas de agitadores de profesión", y que "bastaba eliminar a éstos para volver a la sociedad a la tranquilidad merecida".

El movimiento obrero reaccionó enérgicamente y decretó a principios de noviembre de 1902 a través de la F.O.A., la primera huelga general de la historia argentina. Los socialistas se opusieron a la medida por considerar que la huelga general era un acto desmesurado y que bloqueaba cualquier posible negociación. Esto provocó la fractura de la central sindical. La F.O.A. continuó en manos anarquistas y los socialistas fundaron la U.G.T. (Unión General de Trabajadores). La primera de estas agrupaciones representó a 66 sindicatos con 33.895 afiliados y la segunda a 43 gremios con 7.400 afiliados.

Pese a todo, el acatamiento a la medida fue muy amplio y los puertos y numerosos establecimientos fabriles quedaron paralizados. El gobierno respondió decretando el estado de sitio, desatando una violenta represión y lanzando una gigantesca redada sobre las barriadas obreras. A los detenidos argentinos se los encarceló y a los extranjeros se les aplicó la flamante Ley de Residencia.

En 1904 la F.O.A. pasó a denominarse Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A.). La F.O.R.A. convocó el primero de mayo de ese año a un acto conmemorativo del 1º de Mayo en la Plaza Mazzini. 



1º de mayo sangriento













Fuente: Caras y caretas 1904

Con el propósito de festejar el 1º de mayo, la Federación obrera organizó una manifestación. El punto de reunión fue la plaza Lorea, de allí partieron al Monumento a Mazzini las sociedades de albañiles, sombrereros, zapateros mecánicos, artes gráficas, Luz y Vida, confederación de fundidores, sociedad de oficios varios, El Unico y Grupo Azul.

Las sociedades se presentaron con sus estandartes rojos, los que llevaban un crespón negro en señal de duelo por los caídos en la huelga general de Chicago de 1886, también ostentaban carteles pidiendo la abolición de la ley de residencia.

En Viamonte y Paseo de Julio se produjo un incidente sin importancia, que originó los demás sucesos: un grupo de manifestantes detuvo un tranvía y pretendió quitarle los caballos para evitar que pasara mientras estuviese la clumna atravesando el paseo. Un aggente intervino para impedir que continuasen en su tarea los manifestantes, pero fue inútil. Los de la columna no retrocedieron, y en vez de acatar las órdenes del agente, se encararon con él ... alguien tiró un cascote al agente y al verlo, un oficial quiso imponerse pero sin resultado, y al mismo tiempo sonó un tiro y en seguida varios más.

El pánico fue indescriptible, carreras, sustos, desbande general. Las mujeres huían azoradas tratando de guarececerse, como igualmente grupos de hombres que intentaban de resguardarse en la recoba. Los más serenos contestaban a los agentes a cascotazos y con disparos de armas de fuego.
El primer tiroteo dejó libre el campo, quedando tendido sobre el césped el guardia de seguridad Manzano que recibió un balazo mortal en el corazón.
Su matador cayó acto continuo con el cráneo destrozado de un tiro disparado por un agente de seguridad. Junto al agente había varios heridos, los que fueron atendidos enseguida por los manifestantes.

Con el tumulto, las agrupaciones habían perdido sus banderas. Se rehizo la manifestación y fue atacada por la policía, defendiendose los anarquistas a cascotazos.

Empezaron a llegar ambulancias para recoger los heridos, los que según cálculos, pasaron de setenta. Los manifestantes pasearon el cuerpo del obrero Ocampo por algunas calles de la ciudad, llevándole al local de la Federación Obrera donde la policía lo rescató para trasladarlo al depósito.




A poco de iniciada la marcha de las principales columnas que partían del local sindical, se inició la represión policial que arrojará un saldo de casi 40 muertos. Las dos centrales sindicales decretaron la huelga general pidiendo el encarcelamiento de los responsables. Ante el silencio oficial, el recientemente electo diputado socialista, Alfredo Palacios interpeló al ministro del Interior, Joaquín V. González quien dio por toda explicación que esas muertes "tienen como mortaja la impunidad del silencio".

Al año siguiente, se produjo la intentona revolucionaria radical y el gobierno decretó el estado de sitio en todo el país. Esto no amilanó a las centrales sindicales que decidieron conmemorar en forma conjunta un nuevo aniversario del ahorcamiento de los mártires de Chicago, ocurrido el 1º de mayo de 1886. El acto se realizó frente al Teatro Colón. Mientras estaban haciendo uso de la palabra los oradores, el jefe de Policía, Ramón Lorenzo Falcón, lanzó un escuadrón de 120 policías a caballo, los famosos cosacos, contra la multitud, mientras que un escuadrón de bomberos policiales atacó por otro frente. Sobre la plaza Lavalle quedaron tendidos 4 muertos y más de 50 heridos. Los detenidos se contaban por centenas.

Pese a la represión, los despidos arbitrarios y la estricta aplicación de la Ley de Residencia, crecieron las luchas obreras. En 1907 se dio una novedosa huelga de los inquilinos. Los habitantes de los conventillos de Buenos Aires, Rosario, La Plata y Bahía Blanca decidieron no pagar sus alquileres frente al aumento desmedido aplicado por los propietarios. La protesta expresó además, el descontento por las pésimas condiciones de vida en los inquilinatos.

Los protagonistas de estas jornadas fueron las mujeres y los niños que organizaron multitudinarias marchas portando escobas con las que se proponían barrer la injusticia.

La represión policial no se hizo esperar y comenzaron los desalojos. En la Capital estuvieron a cargo del jefe de Policía, coronel Falcón, quien desalojó a las familias obreras en las madrugadas del crudo invierno de 1907 con la ayuda del cuerpo de bomberos.

El gremio de los carreros se puso a disposición de los desalojados para trasladar a las familias a los campamentos organizados por los sindicatos anarquistas.

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