[BLOQUE I]
“Obreros, a luchar; a la revolución. Con
decisión, a conquistar nuestra emancipación “Oh, histriónico cretino Oh,
satánico bribón, los clarines tocan notas de vibrantes clamoreos,
preanunciando los derrumbes de tu casta y tu sistema Y ni leyes, ni poderes
ni las fuerzas equipadas podrán nunca detener la avasallante acometida de la
próxima revuelta proletaria que fermenta en muchos pechos ya cercana a
reventar. Barricadas a millares se alzaran por esas calles, y a la música
infernal de los fusiles, y a la voz alentadora de la brava dinamita
reventando en arsenales, en palacios y en conventos y doquiera y fuerza viva
defendiendo el tambaleante simbolismo gubernal Verás rostros encendidos,
verás testas desgreñadas, verás ropas destrozadas, empapadas en la sangre de
su mismo cuerpo herido. Verás puños levantados, verás dientes afilados, verás
ojos llenos de odio escrutando tu forteza, para ver si tu carroña aún resiste
a los embates de la furia popular Para ti no habrá perdón, para ti no habrá
piedad, tus infames fechorías no se borran, no se olvidan ni se dejan de saldar
Mefistófeles infame, traficante de conciencias obreriles, inservil,
degenerado, libertino, licencioso, disoluto, pervertido, buhonero miserable
sin conciencia y sin pudor, vil chupóptero insaciable de la sangre dulce y
pura de este pueblo laborioso Vil criatura indecorosa, que no vales lo que
vale el defecado de un obrero. Hombre triste, hombre malo hombre inútil,
hombre inmundo, pernicioso, testaferro, larva fétida y biliosa. yo te lanzo
la blasfemia de este siglo, yo compárate al infame papa negro de la Rusia, yo
te aplasto con la carga miserable de otro nombre, yo te llamo, tenlo en
cuenta, con el nombre más inmundo yo te llamo Rasputín…”.[i]
De esta manera los anarquistas apostrofaban a
Hipólito Yrigoyen, que fue, durante el período que abarcó su gobierno, el
cómplice objetivo de la represión policial, militar y paramilitar que produjo
las peores masacres sufridas por el movimiento obrero.
Los 26 muertos, los más de cien heridos y las 138
huelgas que se producen en 1917, que aumentarían a 196 en 1918, definirán,
claramente de qué lado estaban los radicales y su caudillo.
La
huelga general que tuvo como protagonista al conjunto del proletariado en
enero de 1919 es uno de los acontecimientos más importantes de la historia
social argentina del siglo XX. Durante estos sucesos que se conocen, a través
de la prensa de la oligarquía, como la “Semana Trágica” hubo una voluntad que
intentó hundirse como un puñal en las entrañas de esa sociedad burguesa para
arrancarlas de raíz. Entrañas que eran, ayer como hoy, la explotación y sus
sostenedores. Pero la misma convicción que esperanzaba a los obreros llenaba
de miedo a la clase dominante. El pánico cundió entre ellos ante la
posibilidad de perder sus privilegios, y desató una de las represiones más feroces
e impunes, aniquilando indiscriminadamente a cientos de personas.
En las postrimerías del siglo XIX, la población
del país sufría los efectos del desarrollo de un capitalismo embrionario,
incipiente. A la burguesía terrateniente se le hacía imprescindible poblar el
país, para generar las condiciones que hicieran posible la explotación. Vio
entonces en las masas que los Estados europeos abandonaban y condenaban al
hambre y a la miseria, la mano de obra barata que les permitiría concretarla.
Iniciando una política de inmigración logran, entre los años 1880 y 1924,
introducir al país más de cinco millones y medio de personas. Pero estos
trabajadores, como veremos, además de su fuerza de trabajo, traían cerebro, y
en él, ideales de libertad e igualdad que ninguna aduana pudo confiscar ni
detener. Alentados por una minoría de trabajadores, entre los que se destacó
el anarquista italiano Errico Malatesta, y como reflejo de sus experiencias
vividas en las luchas obreras en el “viejo mundo”, comenzaron a intensificarse
las tensiones sociales que se habían insinuado ya en las décadas del ‘80 y
del ‘90, las cuales posibilitarían finalmente la concreción de una
organización gremial que pudiera enfrentar a la autoridad del hambre.
El 25 de mayo de 1901 nace la Federación Obrera
Regional Argentina, la FORA, organización sobre la que hacían pie las ideas
de libertad e igualdad, y cuya objetivo fue la Revolución Social, planteando
que “no veía en el sindicalismo en sí otra cosa de lo que en realidad puede
ser un medio (...) una modalidad de organización sistemática impuesta por
necesidades materiales(...) que deberá desaparecer paralelamente con la causa
que le dio vida: el presente económico y social”. La FORA se mostró sin
tapujos como la organización anarquista del país, e insistió sin tregua y sin
pausa con su finalidad que era el Comunismo Anárquico, al que adhiere a
partir de su Quinto Congreso en 1905, y que la diferenciaría de las demás
organizaciones sindicalistas, incluyendo a las revolucionarias o anarcosindicalistas.
Juan Lazarte, anarquista y de oficio escritor, dirá en 1933: “No hay crimen
que no se haya cometido con el movimiento obrero, no hay pena que no se le
haya infligido ni infamia con que no cargara sobre su desarrollo (...) Sobre
los militantes de la FORA pesan más de medio millón de años de presidio, más
de 5.000 muertos, decenas de miles de allanamientos, devastaciones, incendio
de centenares de bibliotecas obreras (...) y otros hechos que caracterizarán
la ética de la civilización burguesa”.[ii]
El triunfo de la revolución contra el zarismo en
Rusia, en octubre de 1917, provoca una gran conmoción en el ambiente de los
trabajadores. Se suman a este hecho los movimientos revolucionarios de
Alemania, Italia y España, lo que produce una ola de esperanza en el
proletariado de todo el mundo. Tanto 1917 como 1918 fueron años de mucha
agitación para los trabajadores en la Argentina. En Buenos Aires, en Córdoba
y en otras ciudades del país hubo huelgas prolongadas a través de las cuales
los obreros lograron imponer sus reclamos a los sectores patronales. En las
organizaciones sindicales aparecían dos líneas bien definidas, por un lado la
FORA del Quinto Congreso, conocida así a partir del 2 de mayo de 1915, que
mantenía como finalidad el comunismo anárquico, impulsando la huelga
revolucionaria, siendo sus métodos de lucha
la huelga, el boicot y el sabotaje. Del otro lado estaba la FORA del
Noveno Congreso, de tendencia sindicalista que propiciaba la neutralidad del
sindicalismo, argumentando que cualquier definición ideológica era un
obstáculo para la unidad de la clase trabajadora, mientras aceptaba la
intervención del Estado como mediador en los conflictos, acción en la cual
terminaba su “neutralidad ideológica”. La FORA del Noveno derivará, años
después, en la creación de la Unión Sindical Argentina, para terminar, en la
década del ’30, transformándose en la actual CGT.
En este contexto histórico y social dio comienzo
una huelga general sangrienta, que provocó el primer alzamiento
insurreccional de los trabajadores de esta región.
[BLOQUE II] En la mañana del 2 de diciembre de
1918, patrocinada por la anarquista Sociedad de Resistencia “Metalúrgicos
Unidos”, estalló la huelga en la Casa Vasena, a la cual se plegó el personal
del lavadero de lanas, propiedad de la misma firma. La Compañía Argentina de
Hierros y Aceros Pedro Vasena e Hijos poseía grandes depósitos en el barrio
de Nueva Pompeya, y sus talleres de producción estaban en la calle Cochabamba
al 3000.
Los obreros reclamaban la reducción de la jornada
laboral de once a ocho horas, aumento escalonado de los salarios, vigencia
del descanso dominical y el cese de persecución a los militantes de su
organización. Los principales referentes de los trabajadores eran Juan
Zapetini y el secretario de la comisión de huelga, Mario Boratto. Su hija
Clorinda recordaba cómo intentaron sobornar a su padre para que traicionara a
sus compañeros: “DeVasena lo llamaron y le daban, no sé si 5.000 pesos en
aquel tiempo; y dice que le daban eso y una casa, que ellos le iban a pasar
para que nos mantenga a nosotros. Ellos lo llamaron a él para ver si llegaban
a un acuerdo. Mi papá dijo que no, de ninguna manera. Que él era un obrero, y
que tenía cuatro hijos que tenían que ir con la cabeza levantada”.
Ante la negativa de Boratto a entregar la huelga, Vasena no dudó en
emplear métodos más “persuasivos” para lograr sus objetivos. Raúl Boratto, su
nieto, relató: “La cabeza de mi abuelo tenía precio, por parte de Vasena. Al
que lo matara a mi abuelo le daba 5.000 pesos, Vasena. Y según una tía mía
que todavía vive, que tiene 93 años, a él lo habían rodeado para matarlo. Mi
abuela iba con mi papá de la mano, la hermana más chica en brazos, y un
revólver acá para defenderlo a mi abuelo” y Clorinda agregará: “Mi papá
estaba parado así, frente al mostrador, y los tipos ahí. Y mi vieja iba con
la nena chiquita en el brazo y el revólver acá... y si le hacen algo, alguno
también va a caer también, ¿no?...”.
Vasena rechazó tajantemente el pliego con los
reclamos de los trabajadores y contrató crumiros, conocidos hoy como
“carneros”, para quebrar la huelga.
La Asociación Nacional del Trabajo... ajeno,
dirán los obreros, estaba integrada por todo el empresariado y era la
encargada de proveer matones y rompehuelgas a las empresas en conflicto. Este
organismo era apoyado por la Iglesia Católica que en 1892 había creado los
primeros Círculos Obreros Católicos, cuyo fundador fue el padre Grotte. El
obispo Miguel Angel D’Andrea sería, a partir de 1912, la cara visible de la
Iglesia en defensa de los intereses patronales. Una nota publicada el 9 de
enero en La Razón relata que la Asociación Nacional del Trabajo: “ha resuelto
intervenir en actitud conciliatoria en el conflicto de Vasena y a esos
efectos, los Sres. Christophersen,
Macadam, Dell’Oro y Mogay concurrieron a la casa de Vasena y ofrecieron sus
buenos oficios, en momentos en que el establecimiento era apedreado por los
huelguistas. Hasta la 1pm. todos los señores nombrados seguían en los
escritorios sin poder salir y reclamando la presencia de la policía”.
En esa época, Pedro Fiano era portero de la
escuela “La Banderita”, que quedaba cerca de los depósitos de Pompeya, y
desde donde se disparó a los trabajadores. Roberto Fiano, su hijo, dirá: “El
viejo Vasena, según me contaba, cuando descubría entre el grupo de gente que
laburaba a alguno que era comunista o socialista, con la gente de seguridad
que eran policías retirados, vio, malandras que andaban por ahí, los llevaba
a la oficina a los que sindicaban que eran comunistas, los hacía besar la
bandera, les decía: “besá la bandera, hijo de puta...”.
Durante el mes de diciembre, al prolongarse la
huelga, era inevitable que se produjeran enfrentamientos entre los crumiros
—custodiados por la policía— y los huelguistas, resultando varios de estos
últimos con heridas de bala. Mientras el conflicto de los metalúrgicos
continuaba, la solidaridad de los otros gremios y los pequeños comerciantes
del barrio seguía en marcha, y crecía día a día.
En los primeros días de enero, los obreros
deciden levantar una barricada en la esquina de Alcorta y Pepirí. Lidia
Fiano, hija menor de PedroFiano, cuenta: “Los huelguistas, ayudados por una
mujer del barrio, llamada ‘La Marinera’, levantaron una barricada desde la
vereda de la escuela hasta la vereda de enfrente, para impedir que las chatas
que llevaban la mercadería, tuvieran paso libre; tanto para entrar, como para
salir”.
El viernes 3 de enero se producen dos
enfrentamientos; uno de ellos, muy importante. A las cinco de la tarde, un
grupo de obreros quiso detener un convoy de seis o siete chatas con
materiales, custodiadas por varios soldados.
Esta vez el tiroteo fue nutrido; hubo muchos
heridos, y se registró por primera vez la muerte de un policía: el cabo
Chaves, siendo quizá este hecho el preludio de lo que sucedería en los días
posteriores.
El martes 7 de enero de 1919 fue un día
agobiante; el termómetro marcará, a las 14 horas, casi 36º. A pesar del
sofocante calor, en la barriada de Nueva Pompeya se verificaba una inusual
actividad: efectivos del cuerpo de Bomberos y personal de la comisaría 34ª
ocupaban desde temprano posiciones estratégicas en la escuela “La Banderita”
y en la fábrica textil de Alfredo Bozalla. Un piquete obrero se disponía a
interceptar una vez más las chatas de la empresa, conducidas por crumiros.
Un insulto a los carneros, el arrogante gesto
policial de amartillar las armas, un palo blandido por una mujer del pueblo,
un piedrazo que surcó la avenida Alcorta; la chata se detuvo y sus guardianes
se cubrieron detrás del vehículo. Y apenas sonó el primer tiro, se inició un
verdaderopandemonium: como obedeciendo a una señal bomberos, policías y
esquiroles comenzaron a hacer un nutrido fuego de fusilería, desde el
edificio de la escuela, la fábrica de Bozalla, y otras áreas menores de tiro,
ametrallando prolija y sistemáticamente las viviendas obreras y los pequeños
comercios que tenían frente a sí.
El terror se apoderó del barrio. En medio de la
mayor confusión, todos —huelguistas, vecinos, mujeres, pibes—, corrían hacia
cualquier parte, desesperados por escapar de esa gigantesca vorágine de plomo
y pólvora, que se abatía sin piedad sobre quien no atinara a buscar refugio.
Hacia las cinco y media de la tarde, cuando
cesaron las últimas descargas, con el humo producido por la ignición de la
pólvora flotando todavía en el aire, los aún aturdidos vecinos salieron a la
vereda para encontrarse con un cuadro dantesco: toda la cuadra de Alcorta al
3400 —donde estaba el local de la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos
Unidos— fue literalmente acribillada a balazos. La densidad del fuego fue
tal, que hasta las dos únicas bombitas de luz, que alumbraban la peluquería
de don José del Cármine, fueron alcanzadas por los tiros.
La cantidad de víctimas de la masacre será de
cuatro muertos y más de 36 heridos. Al recolector de basura Toribio Barrios,
de 50 años, lo mató a sablazos en la cabeza un agente del escuadrón desde su
caballo; a Santiago Gómez, una bala de Máuser le impactó en el cráneo
mientras intentaba cubrirse detrás de una puerta cancel; en el patio de su
casa, el joven Juan Fiorini, recibió un proyectil que le atravesó el pecho,
mientras tomaba mate con su madre. Y Eduardo Basualdo, de 50 años, morirá al
día siguiente en el hospital a causa de las heridas recibidas.
La conmoción por el salvajismo de este verdadero
atentado terrorista se extendió velozmente por la ciudad, impulsada por los
adherentes de la FORA del Quinto Congreso, que declaró de inmediato la huelga
general por tiempo indeterminado, en repudio al bárbaro crimen.
De esta manera comenzaba la más importante
insurrección obrera que haya conocido la historia argentina, por su extensión
y profundidad: la “Semana de Enero de 1919”
[BLOQUE III] La respuesta popular a la
convocatoria de la FORA del Quinto Congreso a la huelga general fue unánime e
inmediata, hasta el punto de extenderse a los sindicatos de la FORA
“novenaria”; de esta manera, los afiliados de los gremios de zapateros,
tabacaleros, curtidores, toneleros y otros abandonaron el trabajo sin esperar
la orden de sus vacilantes líderes.
El Consejo Federal de la FORA “camaleónica” —como
les llamaban despectivamente los obreros anarquistas— en su declaración del
día 8 de enero, decía que dicha organización “expresa su entusiasta
solidaridad con los valientes huelguistas de aquella casa metalúrgica y su
intensa protesta por el proceder de las fuerzas del estado...”[iii]. El texto
estaba firmado por su secretario general, Sebastián Marotta... de la
convocatoria a la huelga general... ni noticias.
Por su parte. la FORA del Quinto convocaba a las
sociedades obreras del interior del país a “mantenerse en contacto”.
Vicente Francomano, obrero y militante anarquista
que participó activamente de la huelga, relató: “Ya habíamos comenzado en el
trabajo a hacer efectiva la jornada. En eso, vienen delegados de la FORA, de
la Local Bonaerense, informando a los talleres la declaración de la huelga
general, por el motivo que era. Era una casa que éramos como cien obreros, y
era un barrio completamente obrero, Villa Crespo, donde estábamos instalados.
Entonces empieza a repartirse por grupos visitando las grandes fábricas,
curtiembres, fábricas de cajones, talleristas, y así llegamos en manifestación
al local de la FORA. En el transcurso que se iba ahí se paraban los tranvías,
se le cortaba la soga de los troles para que no caminaran; en fin, un hecho
de rebeldía”[iv].
Durante todo el día una multitud silenciosa
desfiló por el local de los metalúrgicos. Es de imaginarse la honda impresión
que debió causar a la gran cantidad de gente que pasó por allí, después de
atravesar la puerta despedazada a tiros, encontrarse con una sala cuyas
paredes estaban completamente cubiertas de agujeros de bala; y en cuyo centro
se hallaban los cadáveres ensangrentados de Gómez, Barrios y Basualdo,
rodeados de obreros de rostros lívidos y puños apretados, todos sumergidos en
un ambiente cargado de tensión, donde sólo el silencio podía expresar la ira
contenida mejor que los gritos y las imprecaciones.
El 9 de enero, día fijado para el entierro de las
víctimas, Buenos Aires estaba casi completamente paralizada; desde temprano
los piquetes de huelguistas recorrían las calles cerrando los comercios y
deteniendo los tranvías que aún no se habían plegado a la medida de fuerza.
Cerca de la una de la tarde, un monumental cortejo fúnebre —calculado en unas
doscientas mil personas— partió desde Pompeya llevando los féretros a pulso,
encabezado por un grupo de autodefensa armado con revólveres. Desde mucho
antes la muchedumbre se había ubicado en las esquinas, a la espera del paso
de la manifestación.
Al pasar por los talleres Vasena, ocurrió la
primera agresión a la columna: los matones contratados por Vasena hicieron
fuego contra ella desde la azotea. El grueso continuó su marcha hacia la
avenida Corrientes, para dirigirse a la Chacarita, mientras que importantes
grupos se desprendían e intentaban incendiar las instalaciones embistiendo
los portones con carros de basura convertidos
en carrozas de fuego.
La hija de Mario Boratto, Clorinda, recuerda:
“Los obreros querían encender la fábrica. Yo en aquel tiempo no sabía; pero
ahora, que soy una re-vieja, digo: ¡qué locos que eran! Porque agarraban los
carros de basurero, por ejemplo; sacaban los caballos y los ataban en el
árbol con las correas. Y agarraban los cosos ésos, los traían, y cuando
doblaban, ahí lo encendían y venían con los carros. Yo eso lo veía desde
arriba de mi casa; venían con los carros así, y empujaban; ¡y qué iban a
empujar, si eso era una chapa que...! Qué iban a empujar...”.
En la intersección de San Juan y 24 de Noviembre
es incendiado el auto del jefe de policía, Elpidio González, mientras que en
San Juan y Matheu es asaltada y desvalijada una armería; lo mismo pasaría en
Boedo y Carlos Calvo.
Parte de
la crónica callejera publicada en un boletín de La Protesta dirá: “El pueblo
está para la revolución. Lo ha demostrado ayer al hacer causa común con los
huelguistas de los talleres Vasena. El trabajo se paralizó en la ciudad y
barrios subterráneos. Ni un solo proletario traicionó la causa de sus
hermanos de dolor (...) Por la calle Rivadavia el pueblo marcha armado con
revólveres, escopetas y máuseres. En Cochabamba y Rioja fue volcada una chata cargada de mercadería y repartida
ésta entre el pueblo...”.[v]
El barrio de Almagro también fue testigo de
aquellas jornadas: en la esquina de Corrientes y Angel Gallardo se cambiaron
varios tiros entre los manifestantes y los bomberos, logrando poner en fuga a
estos últimos; en Corrientes, entre Yatay y Lambaré, se quemaron
completamente dos coches de la compañía Lacroze; un muchacho, creyendo que
los primeros tiros provenían desde el convento Jesús Sacramentado, comenzó a
tirarle piedras; desde el edificio religioso se abrió fuego, y la multitud
furiosa atacó la iglesia, armando una gran pira en la nave central, donde se
quemaron imágenes y bancos de madera.
El asustado capellán Usscher escribirá poco
después al arzobispo Espinosa: “Con muebles y objetos diversos hicieron una
gran fogata en el templo, y dos más en la calle, sin contar la de los
tranvías de la esquina, que también fue alimentada largo rato con objetos del
colegio e iglesia”[vi]. Hoy todavía puede verse en el centro de la nave unas
cerámicas en forma de rombo; es el lugar donde se hizo la pira, que quedó así
por no conseguir reponerse las baldosas del piso original.
Reiniciada la marcha, se produjo un nuevo tiroteo
al pasar frente a la comisaría 21ª, seis cuadras más adelante.
La columna arribó finalmente a la Chacarita hacia
las siete de la tarde. Y en momentos en que hablaba el concejal socialista
Antonio Zaccagnini, un pelotón del Regimiento de Granaderos a Caballo
—apostado en los altos murallones, desde las cinco de la tarde— abrió fuego
contra los asistentes, quienes debieron desbandarse para salvar sus vidas,
llegando incluso a esconderse en las fosas recién abiertas.
Vicente Francomano relató así los hechos: “A la
tarde es el entierro. Mientras se está preparando el entierro, esperando los
féretros que venían del barrio de Boedo, se asaltan armerías, se asaltan
comisarías; hay un desconcierto total, tanto en la policía, como en los
hechos que hacen los trabajadores. Y además el pueblo en la calle también es
descontrolado. Se acercan los féretros, que se llevaban a pulso, hay un
gentío enorme. Nosotros, que estábamos esperando en la calle Triunvirato y
Río de Janeiro, nos aplicamos en la columna que venía con los féretros. Yo
entré en Chacarita. Cuando entra cierta cantidad de gente en Chacarita,
cierran los portones y empieza la descarga de fusilería. La gente que estaba
en Chacarita estaría con algún revólver, y se sentía un ¡pum!; pero no era de
ahí.
Se va del lado contrario de donde vienen las
balas, se va hacia los finales de Chacarita que están sobre la calle Warnes,
en el Ferrocarril Pacífico que era en aquel entonces, hoy el San Martín; y de
ahí se escapa mucha gente. Creo, como ya lo dije en otra oportunidad, que
mucha gente quedó durmiendo en la Chacarita”[vii].
Esa noche, mientras se producían disturbios en
toda la ciudad, el Ejército —al mando del general Luis Dellepiane—
concentraba en Buenos Aires una tropa de 30.000 hombres, incluido un cuerpo
de soldados provenientes de Salta. Entre esta jauría de criminales, a los
cuales Yrigoyen les soltó el bozal, se tendría que destacar al general Juan
Domingo Perón, que en ese entonces era teniente y tenía destino en el Arsenal
de Guerra “Esteban de Luca”, ubicado muy cerca de los talleres Vasena. El
teniente ya había tenido su bautismo de fuego en 1917: bajo las órdenes del
capitán Bartolomé Descalzo habían ocupado en Rosario las playas de tranvías
ante la huelga de los obreros, en previsión de supuestos atentados
anarquistas. Pero su historial de reprimir a los trabajadores no finalizaría
en el ’19, continuaría en la provincia de Santa Fe, persiguiendo y capturando
como animales a los obreros de la empresa inglesa “La Forestal”, que estaban
en huelga en 1921. Tiempo después iría de custodia en el estribo del auto que
conducía al general Uriburuhacia la casa de gobierno, el día del primer golpe
militar en la Argentina. Lo mismo haría en la década del ’40 y en el golpe a Illia,
para terminar sus días dejando en manos de su amigo y confidente, José López
Rega, la banda de asesinos conocida como la Triple “A”, heredera de la Liga
Patriótica.
[BLOQUE IV] A pesar de no haber convocado nunca a
la huelga general, la FORA sindicalista declaró el nueve de enero que “el
Consejo Federal acuerda asumir la conducción del movimiento de la Capital
Federal y llamar a una reunión de delegados y secretarios de organizaciones
sindicales(...) Las delegaciones se reunirán hoy a las 8 pm en la Secretaría
de la FORA, Mejico 2070, donde de acuerdo con la anterior orden del día del
Consejo deberá considerar, en primer término, el plazo de la huelga y las
aspiraciones del mismo”[viii].
La reunión novenaria elevó su propuesta mediante
una carta dirigida al “Estimado señor Jefe de la Policía”, rogándole “se
sirva transmitirla al Superior Gobierno de la Nación”.
Esta posición motivó una inmediata réplica de la
FORA del Quinto, que en su comunicado del 10 de enero, decía:
Reunido este Consejo con representantes de todas
las sociedades federadas y autónomas, resuelve:
Proseguir el movimiento huelguístico como acto de
protesta contra los crímenes del Estado consumados en el día de ayer y
anteayer.
Fijar un verdadero objetivo al movimiento, el
cual es pedir la excarcelación de todos los presos por cuestiones sociales.
Conseguir la libertad de Radowitzky y Barrera,
que en estos momentos puede hacerse, ya que Radowitzky es el vengador de los
caídos en la masacre de 1909 y sintetiza una aspiración superior.
Desmentir categóricamente las afirmaciones hechas
por la titulada F.O.R.A. del IX congreso, que hasta el miércoles a la noche
sólo ‘protestó moralmente’, sin ordenar ningún paro. La única que lo hizo fue
esta Federación.
En consecuencia, la huelga sigue por tiempo
indeterminado. A las iras populares no es posible ponerles plazo; hacerlo es
traicionar al pueblo que lucha. Se hace un llamamiento a la acción.
¡Reivindicaos, proletarios! ¡Viva la huelga
general revolucionaria!
El Consejo Federal[ix]
La policía, completamente desbordada por los
acontecimientos, se replegó en las comisarías dominada por el terror; a tal
punto que, como relató uno de los represores, el comisario Romariz, llegó a
tirotearse entre sí en el interior del Departamento Central de Policía,
dejando un saldo de quince heridos, al creer que una columna huelguista
efectuaba un ataque armado.[x]
Respecto de estos acontecimientos la FORA del
Noveno emitió un comunicado, dirigido al jefe de policía, Elpidio González,
con fecha 11 de enero en donde sostiene que: “...el Consejo de la FORA, hace
pública declaración de que solo se solidariza con la acción propia de la
clase obrera, rechazando toda responsabilidad por actos como el asalto al
Correo y al Departamento de Policía, hechos con intervención de elementos
extraños, ajenos por completo a la FORA...” y firman Sebastián Marotta,
Manuel González Maseda, Juan Cuomo y Pedro Vengut.[xi]
Si no
fueron los novenarios, iba de suyo que la policía debía concentrar la
represión sobre los “elementos extraños”, que no podían ser otros que los
anarquistas del Quinto Congreso... una acción propia de soplones, ya que
mientras los hijos del pueblo se jugaban la vida en la calle, estos
“dirigentes” dialogaban y se excusaban como pusilánimes ante la policía...
En 1956 Marotta tergiversó los hechos, tratando
de explicar la actitud policíaca de los “novenarios”; en su libro El
movimiento sindical argentino, falsificó su propio documento expresando que
el Consejo Federal sólo se solidarizaba
“con los actos propios de la clase obrera, rechazando toda
responsabilidad con el supuesto asalto al Correo y al Departamento de
Policía, ajeno a los propósitos de protesta que persigue la clase obrera”. Lo
que en el 19 eran asaltos concretos, treinta años después pasaban por arte de
magia a ser sólo “un supuesto asalto”...
Si bien ese ataque nunca ocurrió, sí es verdad
que las calles habían quedado en poder de los obreros, quienes dispusieron
que los únicos vehículos autorizados para circular debían estar identificados
con la sigla de la FORA pintada en una bandera roja. Los canillitas, por
resolución de su sindicato, voceaban solamente los dos periódicos obreros más
importantes de la época: La Protesta y La Vanguardia.
El movimiento cobró fuerza en el interior del
país, principalmente en las ciudades de Córdoba, Mar del Plata y Rosario, y
en innumerables localidades de provincia, como lo prueban los telegramas que
llovían sobre el ministro del Interior yrigoyenista pidiéndole más tropas
para reprimir.
En esos momentos en que las fuerzas represivas
del Estado se hallaban en la incertidumbre, irrumpió en las calles un grupo
de civiles —todos miembros de familias “cajetillas”— armados y organizados en
el Centro Naval por el almirante Domeq García, monseñor D’Andrea y el vicario
general de la Armada, monseñor Piaggio. Su misión principal consistió en
atacar huelguistas y miembros de la comunidad judía: eran los “Defensores del
Orden” o “Guardia Blanca”, nombre que cambiaron a los pocos días por el de
“Liga Patriótica Argentina”. Fue este grupo el que incendió la imprenta del
diario anarquista La Protesta.
En Junín y Corrientes, Monseñor Napal, arengó a
los grupos antisemitas diciendo: “Los judios son los únicos culpables de la
escasez, son sanguijuelas, expulsados de todos los países...”. Los “rusos”,
así llamados por esta horda de fascistas, eran atormentados con saña feroz
por los polizontes, y no pocos fueron ultimados a palos y bayonetazos. Se
puede afirmar que estas acciones dieron comienzo a los pogroms en Argentina,
y decir que ni un solo judío salió ileso de las garras policiales y parapoliciales. Estos hechos
se produjeron principalmente en los barrios de Once y Villa Crespo.
El enemigo, para los hombres de la Liga, no eran
ni el radicalismo ni Yrigoyen, sino quienes predicaban la revolución social,
es decir los anarquistas. Muchos radicales integraron la Liga desde sus
comienzos, y en un principio el gobierno elogiaba sus acciones en defensa del
orden.
El 20 de enero de 1919 se realizó formalmente la
reunión constitutiva de la Liga, aunque su accionar represivo comenzó prácticamente
con la huelga. La presidencia de la Liga fue ocupada por Domecq García hasta
abril de 1919, cuando las brigadas eligieron a Manuel Carlés, quien la
conduciría hasta su muerte en 1946. Su Junta Central contó con la
colaboración de varios medios de prensa como La Nación, La Prensa y La
Fronda, entre otros. Jorge y Luis Mitre, al igual que Francisco Uriburu,
serán miembros activos de la Junta; la Iglesia Católica también tuvo su
lugar, reservado para dos de sus más conspicuos representantes, Monseñor
D’Andrea y el Vicario General de la Armada Argentina, Monseñor Piaggio.[xii]
Pero la Junta Central provisoria contó con
apellidos que aún hoy pueden encontrarse en nombres de calles, localidades y
monumentos, tales como Joaquín Anchorena, Dardo Rocha, Pastor Pueyrredón,
Estanislao Cevallos, Luis Agote, Federico Leloir, Carlos Ibarguren, Felipe
Yofré, Angel Gallardo... sin olvidar a las Señoras, cuya Comisión Directiva
de apoyo a la Liga era un espejo de la clase alta porteña. Su presidenta
llevaba un doble apellido de nefasto recuerdo para los trabajadores: doña
Julia Elena Acevedo de Martínez de Hoz.[xiii]
En el Quinto Congreso de la Liga Patriótica, en
1920, Carlés dejó bien clara la metodología a utilizarse, afirmando: “...es
necesario vigilar al enemigo del orden público con el dedo en el gatillo,
hasta que se convenza que la intimidación y la violencia es el peor camino
para conseguir nada entre nosotros”.
Con el paso de los días y la militarización de la
ciudad el movimiento huelguístico comenzó a debilitarse. La FORA
“novenaria” a través de un comunicado
del 11 de enero resolvió “...dar por terminado el movimiento recomendando a
todos los huelguistas de inmediato la vuelta al trabajo (...) dando la prueba
elocuente de que el proletariado organizado sabe cumplir sus compromisos y
tiene el derecho a reclamar que sean cumplidos”[xiv]haciendo referencia a su
acuerdo con el gobierno, que al igual que la CGT actual, cuando no traicionó,
arrastró la dignidad de los trabajadores a los pies de los gobernantes, sus
ministros, los militares y jefes de policía., sin
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NOTAS
[i] Voz de Héctor Alterio, en el disco
Anarquistas
[ii] Prólogo a la obra de Diego Abad de
Santillán: La FORA., ideología y trayectoria. Proyección, Buenos Ares, 1971
[iii] La Vanguardia, 9/1/19
[iv] Entrevista realizada por Leonardo Fernández
para su film documental Anarquistas I - Hijos del Pueblo
[v] Citado por Diego Abad de Santillán, op. cit.
[vi] Carta del 23/1/19. Citada por la Hna. Juana
J. Vigay en: Historia del Templo Jesús Sacramentado.
[vii] Entrevista realizada por Leonardo Fernández
para su film documental Anarquistas I - Hijos del Pueblo
[viii] La Vanguardia, 10/1/19
[ix] Citado por Diego Abad de Santillán, op. cit.
[x] José R. Romariz, La Semana Trágica,
Hemisferio, Buenos Aires, 1952.
[xi] El manuscrito original se conserva en el
Archivo General de la Nación, legajo Huelgas varias – año 1919 – Series
históricas II
[xii] La Nación, 21/01/19, Pág. 7
[xiii] La Nación, 2/2/19, Pág. 9
[xiv] La Vanguardia, 12/1/19
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PRIMERA INSURRECCION OBRERA EN ARGENTINA: LA LLAMADA “SEMANA TRAGICA” (1919)
Posted on 23:41 by Librepensador Acrata
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